Caso: Competición

Taleb + Ravikant + Thiel + Carroll + Reed


Este caso incluye reflexiones pintorescas. Conéctalas con tu carrera. Encontrarás, al final de cada fragmento, un link a la fuente original y algunas preguntas extra. Responde aquellas que llamen tu atención. Anota ideas desordenadas.

Revisa las instrucciones: El método del caso.

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El cisne negro. Nassim Nicholas Taleb


Sales cada mañana de tu diminuto apartamento en el East Village de Manhattan para dirigirte a tu laboratorio de la Universidad Rockefeller, en East Sixties. Cuando regresas a casa por la noche, las personas que componen tu red social te preguntan si has tenido un buen día, porque quieren ser corteses. En el laboratorio, la gente tiene más tacto. Naturalmente que no has tenido un buen día; no has descubierto nada. No te dedicas a reparar relojes. El hecho de no descubrir nada es algo muy valioso, ya que forma parte del proceso del descubrimiento: bueno, ya sabes dónde no hay que buscar. Otros investigadores, sabedores de tus resultados, no intentarán reproducir tu importante experimento, salvo que haya una revista lo bastante sensata para pensar que ese «no descubrir nada» constituye una información y merece ser publicado. Tu cuñado, por otro lado, es vendedor en una empresa de Wall Street, y no para de acumular buenas comisiones; comisiones cuantiosas y constantes. Trabajas en un proyecto que no produce resultados inmediatos ni sistemáticos; en cambio, la gente de tu alrededor trabaja en cosas de las que sí obtienen resultados. Tienes problemas. Este es el sino de los científicos, los artistas y los investigadores que viven perdidos en la sociedad, en vez de hacerlo en una comunidad aislada o en una colonia. Los resultados positivos desiguales, de los que obtenemos mucho o prácticamente nada, son los que prevalecen en muchas ocupaciones, especialmente en aquellas que tienen un sentido de misión, como la de buscar obstinadamente (en un laboratorio maloliente) la escurridiza cura del cáncer. Si eres investigador, tendrás que publicar artículos intrascendentes en publicaciones «de prestigio», para que los demás te saluden de vez en cuando al encontrártelos en seminarios y conferencias. Si diriges una empresa pública, seguro que antes de que aparecieran los accionistas te iba perfectamente, cuando tú y tus socios erais los únicos dueños, junto con unos espabilados inversores capitalistas que comprendían la irregularidad de los resultados y la naturaleza inestable de la vida económica. Pero ahora tienes a un torpe analista de seguridad de treinta años que trabaja para una empresa del centro de Manhattan «juzgando» tus resultados y sacándoles demasiada punta. Le gustan las recompensas continuas, y lo último que tú puedes proporcionar son tales recompensas. Muchas personas realizan sus trabajos con la impresión de que hacen algo bien, aunque es posible que no demuestren resultados sólidos durante mucho tiempo. Tienen que posponer continuamente la gratificación, para sobrevivir a una sistemática dieta de crueldad impuesta por sus colegas, y no desmoralizarse por ello. A sus primos les parecen idiotas, como se lo parecen a sus compañeros, de ahí que tengan que mantener el coraje. No cuentan con confirmación alguna, ninguna validación, ningún alumno que les adule, ningún premio Nobel. «¿Cómo te ha ido el año?» Esta pregunta les produce un leve pero contenible espasmo de dolor en lo más profundo de su ser, ya que todos sus años le parecerán un desperdicio a quien contemple su vida desde fuera. Pero luego, bang, llega ese suceso informe que conlleva la gran confirmación. O es posible que nunca llegue. Créame lector, resulta duro afrontar las consecuencias sociales de un fracaso continuo. Somos animales sociales; el infierno son los demás.


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La función del valor asimétrico de Kahneman y Tversky afirma que sufrimos más las pérdidas que disfrutamos las ganancias. Lo expresó bien el tenista Jimmy Connors cuando, después de quedar eliminado en Wimbledon, declaró: "Odio perder más de lo que me gusta ganar." Tiene una explicación biológica: en la Edad de Piedra, al filo de la supervivencia, la más nimia amenaza escondía peligro de muerte. Hemos desarrollado una aversión excesiva a las pérdidas. La carrera del científico, perdiendo cada día un poquito esperando ese gran descubrimiento, es antinatural. No estamos programados para mantener una apuesta de ese estilo. Puedes verlo en la película The big short. Necesitas un carácter estoico para seguir adelante cuando todos a tu alrededor te llaman imbécil. Concluye Taleb: «el infierno son los demás». La gente normal no suele estar cómoda en ese extremo. En las finanzas, los gestores de fondos te harán creer que ganas un 70% de los días... algo irrelevante, si el día que palmas lo haces a lo grande. El impulso humano es perseguir la falsa estabilidad de las pequeñas ganancias. Tu mayor desafío insistir en el premio improbable.

¿Cuál será tu proyecto asimétrico—con constantes pérdidas diarias pero con una pequeña probabilidad de ganar algo grande? ¿Estás preparado para pagar el precio psicológico? ¿Sufres esa aversión genética, pero también cultural, respecto las pérdidas? ¿Estás jugando demasiado conservador en un mundo que permite hoy un mayor riesgo?

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Cómo hacerte rico. Naval Ravikant


Taleb en Empirica perdía un poquito todos los días y luego, muy de vez en cuando, ganaba mucho dinero, si sucedía lo impensable. Por el contrario, la mayoría de la gente quiere ganar pequeñas cantidades de dinero todos los días y, a cambio, tolerará un riesgo de explosión, de bancarrota total. No hemos evolucionado para sangrar un poco todos los días. Si estás en el entorno natural, y te cortas y literalmente estás sangrando, más pronto que tarde morirás. Tendrás que detener ese corte. Hemos evolucionado para obtener pequeñas victorias todo el rato, pero eso se vuelve costoso. Ahí es donde está la multitud, ahí es donde está la manada. Entonces, si estás dispuesto a sangrar un poco todos los días te darás la posibilidad de ganar mañana una cantidad estratosférica. En esto consiste el emprendimiento. Los empresarios sangran todos los días. No ganan dinero, pierden dinero, constantemente estresados, toda la responsabilidad recae sobre ellos. Pero cuando ganan, lo hacen a lo grande. Y en promedio ganarán más.


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Complementario al fragmento del científico. Así describe Naval el funcionamiento de Empirica, el fondo contrarian de Taleb.


¿Con qué consejos te quedas del hilo de Naval en Twitter?

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De zero a uno. Peter Thiel


Me gustaría discutir esa idea de la competición como una forma de validación. 20.000 personas se mudan cada año a Los Ángeles intentando convertirse en estrellas de cine. Aproximadamente 20 lo logran... no es un caso de sabiduría del grupo. ¿Tiene sentido el torneo? Kissinger describía así las discusiones académicas en su facultad de Harvard: «las batallas eran feroces porque las recompensas eran minúsculas». ¿Por qué se pelea tanto la gente por un premio tan pequeño? Porque, cuando ha sido muy difícil separarse unos escasos milímetros, tiene sentido competir ferozmente para mantener esa mínima ventaja. Yo terminé en una prestigiosa firma de abogados en la que, desde fuera, todos querían entrar pero, una vez dentro, todos querían salir. Definimos gran parte de nuestra identidad en esa estúpida competición y al final terminamos perdiendo perspectiva de lo que es importante. Y uno deja de hacerse preguntas sobre lo que es valioso. La competición solo te hará mejor en aquello en lo que estés compitiendo. Tus oportunidades están en la diferenciación. No te dirijas hacia la entrada principal, en la que todos están peleándose. Dobla la esquina y quizá encuentres una puerta trasera que nadie está utilizando.


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Peter Thiel disputa la especialización tradicional hacia mercados en competencia perfecta, con una diferenciación en el margen. Te pide que frenes y analices el entorno competitivo, para encontrar una diferenciación monopolista. El emprendimiento para Thiel es una mentalidad, no una profesión: la alerta constante hacia nuevas oportunidades. Afirma que ganarás dinero siempre que anticipes el mercado, desde tu propia empresa o dentro de una gran multinacional. 


¿Te gustaría ser empresario? ¿Tienes una creencia en la que muy poca gente está de acuerdo? Thiel hacía esta pregunta en sus entrevistas de trabajo. ¿Cómo ayudar a otras personas? ¿Qué problema puedes solucionar? ¿Es un problema grande? ¿O lo harás a pequeña escala? ¿Tiene un impacto real? ¿Cómo piensas retener el valor generado? Y la pregunta clave de este fragmento: ¿Cómo no definir tu identidad exclusivamente en la competición?

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Alicia a través del espejo. Lewis Carroll

—¿Qué es una carrera loca?—preguntó Alicia, y no porque tuviera muchas ganas de averiguarlo, sino porque el Dodo había hecho una pausa, como esperando que alguien dijera algo, y nadie parecía dispuesto a decir nada.
—Bueno, la mejor manera de explicarlo es hacerlo.
(Y por si alguno de vosotros quiere hacer también una carrera loca cualquier día de invierno, voy a contaros cómo la organizó el Dodo.) Primero trazó una pista para la carrera, más o menos en círculo («la forma exacta no tiene importancia», dijo) y después todo el grupo se fue colocando aquí y allá a lo largo de la pista. No hubo el «a la una, a las dos, a las tres, ya», sino que todos empezaron a correr cuando quisieron, y cada uno paró cuando quiso, de modo que no era fácil saber cuándo terminaba la carrera. Sin embargo, cuando llevaban corriendo más o menos media hora, el Dodo gritó súbitamente: ¡La carrera ha terminado!
Y todos se agruparon jadeantes a su alrededor, preguntando: ¿Pero quién ha ganado?
El Dodo no podía contestar a esta pregunta sin entregarse antes a largas cavilaciones, y estuvo largo rato reflexionando con un dedo apoyado en la frente (la postura en que aparecen casi siempre retratados los pensadores) mientras los demás esperaban en silencio.
Por fin el Dodo dijo: Todos hemos ganado, y todos tenemos que recibir un premio.


Alicia nunca pudo explicarse, pensándolo luego, como fue que empezó aquella carrera; todo lo que recordaba era que corrían cogidas de la mano y que la Reina corría tan velozmente que eso era lo único que podía hacer Alicia para no separarse de ella; y aún así la Reina no hacía más que jalearla gritándole: «¡Más rápido, más rápido!» Y aunque Alicia sentía que simplemente no podía correr más velozmente, le faltaba el aliento para decírselo. Lo más curioso de todo es que los árboles y otros objetos nunca variaban de lugar: por más rápido que corrieran nunca lograban pasar un solo objeto. (…) La Reina la apoyó contra el tronco de un árbol y le dijo amablemente: ahora puedes descansar un poco.
Alicia miró alrededor suyo con gran sorpresa.
—Pero ¿cómo? iSi parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! iTodo está igual que antes!
—¡Pues claro que sí!—convino la Reina—y ¿cómo si no?
—Bueno, lo que es en mi país—aclaró Alicia, jadeando aún bastante—cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte.
—¡Un país bastante lento!—replicó la Reina—lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.


—Así no lo lograrás nunca—le señaló la rosa—Si me lo preguntaras a mí, te aconsejaría que intentases andar en dirección contraria.
Esto le pareció a Alicia una verdadera tontería, de forma que sin dignarse a responder nada se dirigió al instante hacia la Reina. No bien lo hubo hecho, y con gran sorpresa por su parte, la perdió de vista inmediatamente y se encontró caminando en dirección a la puerta de la casa. Con no poca irritación deshizo el camino recorrido y después de buscar a la Reina por todas partes (acabó vislumbrándola a buena distancia de ella) pensó que esta vez intentaría seguir el consejo de la rosa, caminando en dirección contraria. Esto le dio un resultado excelente, pues apenas hubo intentado alejarse durante cosa de un minuto, se encontró cara a cara con la Reina roja.


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Estúdiate la ley de Sayre. Concepto relevante en el diseño de una estrategia de carrera.

¿Cómo buscar entornos de baja competencia? ¿Cuáles son para ti esos entornos?

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La economía, comprimida. Fred Reed


La economía es el estudio de la ardilla en la rueda. Para mantener a las personas trabajando y comprando, la economía comenzó a producir cosas que nadie necesitaba, como salones de belleza, aparatos electrónicos y tejanos de diseño. Para que la gente comprase esas cosas, la demanda tuvo que aumentar. La publicidad surgió para generar demanda de cosas que, sin publicidad, nadie compraría. Y vino el desastre que los economistas no supieron anticipar: la automatización. A medida que las fábricas producían bienes triviales, la economía necesitaba cada vez menos trabajadores para fabricarlos. Esto planteó dos preguntas: ¿Quién iba a comprar las zapatillas deportivas de 450 dólares que nadie necesitaba antes de ver el anuncio? ¿Y cómo hacerlo para que los mismos trabajadores que habían perdido su trabajo ganaran dinero para comprarlas? ¿O para comer? Los economistas y los políticos continuaron entonces la búsqueda, durante mucho tiempo operativa pero hoy intensificada, de una fuerza laboral para quien simplemente no hay trabajo o, al menos, un trabajo real. No son necesariamente vagos, inmóviles o parásitos. Simplemente no tienen nada que hacer.


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Reed anticipa retos sociales y discute una estrategia para afrontarlos.


¿Cómo estás preparándote para un worst-case scenario como el descrito por Reed?¿Cómo protegerte ante una inminente automatización de la economía? ¿Dónde podrías ser de utilidad? No es un pregunta estúpida: ¿podrá un robot hacer tu trabajo en 20 años?




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