Escribe tu futuro
Cardinal es introspectivo
Las preguntas del cuestionario son la actividad más importante de este programa. Te pedimos que le dediques la máxima atención. El protagonista eres tú.
¿Cómo responder las preguntas?
Por escrito.
Algunas consideraciones:
1. Apunta las repuestas en una libreta. No las compartas con nosotros. No queremos asesorar. No sabríamos qué decirte. Preferimos dejártelo a ti. Dentro de un proceso. Tú dispones de información más fiable. Tú conoces tu mercado. Tú puedes identificar las oportunidades. No necesitas un coach certificado para avanzar en tu carrera. Basta con mirarte en el espejo.
2. No es conveniente responderlo todo de forma rápida. No son preguntas sencillas, intenta pensar en ellas en distintos momentos del día. Escribe frases desordenadas, sin preocuparte por la gramática, sin juzgar las ideas. Después, en un entorno sin distracciones, estructura tus pensamientos, trabaja los textos hasta dar con la respuesta. Es un salto de fé: no sabes qué estás buscando hasta que lo encuentras.
3. Si no tienes claro qué decir fuérzate a escribir. Ataca la pregunta con la hoja en blanco delante. Escribe por instinto, lo primero que se te pase por la cabeza. Anótalo todo. Para revisar y editar en un futuro. Existe una segunda razón para pedirte una respuesta por escrito: en el proceso de redactar a mano se generan nuevas conexiones. Si no compras la teoría organízalo todo dentro de un documento Word. También servirá.
4. Tanto el cuestionario como las lecturas externas contienen solo palabras. De poco sirve reflexionar como un filósofo. Los modelos presentados carecen de utilidad sin un enfoque práctico. No te conformes con entender la teoría, el reto es implementarla, generando unos hábitos coherentes con la vida que quieres.
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Hablar es un instinto, escribir un arte. Mamen Horno
Es cierto que, como ya he dicho otras veces, el lenguaje es un comportamiento instintivo del ser humano. Del mismo modo que otras especies vuelan o duermen boca abajo, la especie humana habla. Las pruebas son numerosas e incuestionables: todo el mundo lo hace, salvo enfermedad o aislamiento extremo; el lenguaje nos acompaña en la inmensa mayoría de nuestras actividades (incluso en la más íntima, el pensamiento) y no necesitamos instrucción previa, sino únicamente que hablen a nuestro alrededor, para aprender a hablar rápido y bien en nuestros primeros años de vida.
No obstante, todo esto no se mantiene en las otras actividades lingüísticas, que son leer y escribir. Si lo pensamos un momento nos daremos cuenta de las enormes diferencias que existen. El lenguaje nos acompaña desde el inicio de nuestra especie, hace más de 300.000 años; por el contrario, la lectoescritura es un comportamiento relativamente moderno (de no hace más de 5.500 años). Leer y (sobre todo) escribir no son actos instintivos y naturales de nuestra especie sino que, por el contrario, constituyen un arte delicado y complejo. Escribir bien pasa por una mezcla de talento, perseverancia y formación.
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En movimiento. Oliver Sacks
De niño me llamaban 'inky' (tinta) y todavía hoy me mancho cuando escribo, como hacía hace setenta años. Comencé a llevar un diario encima cuando tenía catorce años y en la última cuenta acumulaba casi mil, de todas las formas y tamaños, desde pequeños de bolsillos, que llevo siempre conmigo, hasta enormes tomos. Tengo una libreta junto a la cama, para apuntar sueños y pensamientos nocturnos, y trato de tenerla en la piscina o en al lago o en la orilla del mar, porque suelo ser productivo, en materia de pensamientos, nadando; debo anotarlos cuando aparecen, especialmente si lo hacen en forma de oración o párrafo completo.
Cuando escribí el libro sobre mi pierna rota (A leg to stand on) utilicé en gran medida esos detallados cuadernos. Pero rara vez miro los diarios que he escrito durante la mayor parte de mi vida. El acto de escribir es suficiente en sí mismo, me sirve para aclarar pensamientos y sentimientos. El acto de escribir es una parte integral de mi vida mental. Las ideas emergen, se forman, en el acto de escribir. Mis diarios no van destinados a otras personas, una vez escritos tampoco les presto demasiada atención, pero son una forma especial e indispensable de diálogo conmigo. La necesidad de pensar en papel no se limita a los cuadernos. Se extiende hacia el reverso de sobres, menús de restaurante o cualquier trozo de papel que tenga a mano. A menudo transcribo citas que me llaman la atención, escribiéndolas en trozos de papel de colores brillantes y fijándolas en un tablón de anuncios.
Las notas clínicas representan gran parte de estos escritos. Escribí sobre mis pacientes, más de mil notas al año durante muchas décadas, y disfruté haciéndolo; los informes eran largos y detallados, y algunos se leían como novelas. Soy un narrador, para bien y para mal. Sospecho que mi instinto hacia las historias, por la narrativa, es un sentimiento humano universal, en la categoría del lenguaje, la conciencia del yo y la memoria autobiográfica. El acto de escribir, cuando funciona, me regala placer y alegría como ningún otro. Me lleva a otro lugar, independientemente de la temática, un lugar en el que estoy totalmente absorto y ajeno a otros pensamientos, preocupaciones e, incluso, al paso del tiempo. En esos raros estados mentales, celestiales, puedo escribir sin parar hasta no ver el cuaderno. Solo entonces me doy cuenta de que ha llegado la noche y que he estado escribiendo todo el día. A lo largo de mi vida he escrito millones de palabras. Hoy el acto de escribir me sigue pareciendo algo tan fresco y divertido como el primer día, hace ya setenta años.
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Aforismos sobre el arte de vivir. Arthur Schopenhauer
En la noche, antes de dormir, toca pasar revista a todo lo que uno ha hecho durante el día. Quien dedica todo su tiempo al barullo de los negocios o a los entretenimientos, sin jamás cavilar sobre su pasado, y así va devanando su vida incesantemente, termina por perder la luz de su buen tino: su estado de ánimo se vuelve caótico y una cierta confusión se apodera de sus ideas, de lo que no tarda en dar fe lo abrupto, entrecortado y casi atomizado de su conversación; tanto más cuanto mayores sean su agitación externa y el número de sus impresiones, y cuanto menor sea la actividad interior de su espíritu. Aquí encaja la observación de que cuando transcurre mucho tiempo y han pasado los sucesos y las circunstancias que nos influenciaron, ya no podemos recordar y reproducir en nosotros el estado de ánimo y los sentimientos que aquellos provocaron en nosotros: aunque sí podemos recordar las expresiones verbales a las que estos dieron lugar. Estas expresiones han de considerarse, por lo tanto, como el resultado, la manifestación y el síntoma de aquellos. De ahí que la memoria o el papel deberían conservarlas cuidadosamente cuando se refieran a ocasiones especiales. A este respecto son muy útiles los diarios.
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